miércoles, 8 de abril de 2009

ENtremarCOS

Solía ser peculiar e introvertida, sentada en su mecedora, su monótono hamacarse y la mirada perdida, sus manos entrelazadas sobre la falda larga y negra hasta los pies. Solía sentarse a la mañana, luego del desayuno, se recogía el pelo largo y blanco hasta la cintura formándose un rodete, encendía la radio sin volumen, que acompañaba las medidas de sus cosas.
Decían de ella que había sido una tirana y déspota, entro en mi universo de niño así: sentada. Era mi abuela, y en los momentos de la siesta solía pasar las horas mirándola, jamás intercambiábamos palabras, llegue a divertirme mucho haciéndolo. Pero nunca creí que sus silencios, marcarían mi vida para siempre...

....Rodeaba el campo un alambrado de púas. En el centro había un sendero común con gramilla que a sus costados tenía plantadas pinos azules y acacias marcando el camino desde la tranquera hasta la casa. En los diarios las fotos de Eva daban esperanzas de liberación a las mujeres de la casa, creían que ella vendría a buscarlas para formar parte de su lucha. La vieja manejaba el campo a su entero antojo, siempre severa, trabajaba a la par de los hombres para que no la engañaran: salvo su marido, que nunca trabajaba. El viejo era un tipo agradable – según contaba mi madre – la bebida, el juego y las mujeres ajenas eran su debilidad. Ella asumía todos los engaños, con dignidad, y mucho dinero, sabía que volvería una vez derrotado mansamente bajo sus faldas. Nunca le preocupaba la chusma del pueblo, ya que gracias a ella los hijos de las otra mujeres de mi abuelo comían, a cambio de no reclamar la herencia.
En cuanto a la bebida y el juego el viejo no tenía medida, se tomaba hasta el alcohol de las lámparas. Apostaba todo lo que tenia a mano en las cartas, en todas las cantidades y formas, apostó sus ahorros, los de sus hijas, los de la abuela. Poco a poco fue perdiendo la fortuna a escondidas, mal vendiendo todas las hectáreas del campo. No dejo absolutamente nada.
Un día de marzo, el campo era reclamado por un Gringo, y allí mi abuela echaba sin piedad al abuelo apuntando con una escopeta.
Fue cuando el nuevo dueño comenzó a sembrar las tierras, que mi abuela decidió ofrecer en matrimonio a una de sus hijas – mi madre – con la promesa de retirar el alambrado y gentilmente dejar la casa a la abuela y sobre todo, las promesas de no nombrar la vergüenza familiar para siempre
Del abuelo, nunca mas supimos nada. Tiempo después mi padre se instaló en la casa, y la abuela, a pesar de su odio, acepto en silencio...

Es así como la recuerdo ahora; esperando la muerte. La mirada fija hacia el chiquero, en cuyo centro había una estaca clavada sobre la tierra que nunca nadie se animo a quitar. Durante mucho tiempo se comentó que estaba clavada sobre el pecho de mi abuelo. Jamás se pudo comprobar nada.

Ella murió de vieja, algunos años antes que mis padres, tuvo una vida dura, y una muerte rápida, amaneció sentada en la mecedora ubicada en la galería, con la radio encendida y sin volumen, acompañando la medida de sus cosas. Cuando la descubrí a la hora de la siesta, tenia los puños abiertos. Su dolor había terminado.

Regresé al campo muchos años después, los muertos aún estaban presentes. Los recuerdos me atormentaban, hasta ese olvidado sueño de mi infancia visito mi consiente: en el sueño había: “una persona de pie, de quien solo distingo la silueta en la oscuridad, clavando una estaca sobre el pecho de otra persona recostada en el piso, y yo, observando por la ventana de mi cuarto.

Esa mañana sentí miedo, durante la noche tuve otro sueño que obligó a precipitar mi partida: en el sueño estaba la abuela recostada sobre el barro del chiquero, yo tomaba una estaca con mis manos y la clavaba en su pecho. Luego. Giraba precipitadamente la mirada hacia la ventana de mi cuarto. Y él estaba allí. Sonriéndome desde la ventana...

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